Como si fuera un ritual, Gonzalo Queragama aprovecha un instante de soledad en su lugar de paso, para improvisar lo que será su primera canción. Pasó semanas hacinado junto a su familia en un albergue dispuesto por el estado, que incumple una sentencia de la Corte Constitucional en derechos fundamentales de desplazamiento, y finalmente deben irse. Entre repeticiones y tachones, Gonzalo construye rimas en lengua Embera, con la esperanza de ser escuchado por su comunidad, y de expresarse ante el mundo. Evidenciando que el lenguaje de la música no tiene fronteras ni límites, este joven de 21 años sueña con una carrera profesional en las artes, sin dejar de lado su cultura ni sus raíces.
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Mucho antes de vestir accesorios deportivos, de cantar sobre pistas de rap bajadas de internet, de trabajar “en lo que se pueda”, de sacar tiempo para los ensayos, de ser padre y otras cosas más, Gonzalo Queragama nació el 8 de febrero de 1997 en una comunidad llamada Conondo, ubicada cerca al municipio de Bagadó en el sur del Chocó, limitando con el departamento de Risaralda. Un niño Embera Katío muy apreciado en su comunidad desde que mostró interés por el deporte y los idiomas. Hijo de don Jesús Queragama Campo, un indígena que antes del desplazamiento, se dedicaba al cultivo de la tierra y al manejo de animales para sostener a su familia. Su madre Ritalina Arce era la encargada de asistir y transmitir a los hijos esas mismas labores. Gonzalo es el cuarto de siete hermanos, cuatro hombres y tres mujeres con los que compartía su infancia jugando a luchas de barro, cazar roedores y pescar peces pequeños llamados “guacucos” en el río Andagueda.
Como la mayoría de su tribu, Gonzalo fue un niño de baja estatura, tez morena y un rostro que ha evidenciado su herencia indígena, la cual siempre le inculcaron; sin embargo, desde la escuela aprendió rápidamente bases del idioma español, compartiendo clases con afrodescendientes, campesinos y otros indígenas. Las expresiones ancestrales eran pan de cada día, pero su curiosidad y deseo de indagar ante todo, de preguntar sin vergüenza, lo llevaron siempre a interesarse de algún modo por manifestaciones contemporáneas.
Debido a que viajeros antioqueños fueron pasando por el resguardo a través de los años, llevando consigo instrumentos como la guitarra, la guacharaca, el bajo y el acordeón, sus ritmos y estilos “montañeros” fueron introduciéndose en la cultura popular embera, siendo la “carranga” el ritmo acogido por su comunidad.
-“Estos instrumentos los traíamos de la ciudad de Pereira. Los que querían tomaban talleres y avanzaban poco a poco” comenta Gonzalo con un español limitado.
Este tipo de composiciones plasman situaciones de amor, celos y desengaños en la mayoría de sus letras, como también hablan sobre la vida en el territorio con relación al trabajo y la familia.
Por otro lado, géneros comerciales como el reggaetón, rancheras o vallenato, han sido los encargados de entretener parrandas en comunidades cercanas, pero no llegaron a despertar interés en el joven Gonzalo, ni en los músicos del resguardo.
La comunidad Conondo que hace parte del resguardo Tahamí del Alto Andagueda, es una zona estratégica para grupos armados legales e ilegales. La comunidad Embera Katío queda en medio del fuego cruzado, soportando situaciones violentas afectando a sus familiares y vecinos. Fue hasta el año 2008, cuando murieron tres personas durante un enfrentamiento entre ejército y guerrilla, desatando disparos a diestra y siniestra sin importar los niños, ancianos ni mujeres.
-“Ese día se enfrentaron en el pueblo por la tarde, los soldados llegaron de las montañas y sorprendieron a unos guerrilleros que estaban tomándose una gaseosa. Mataron a varios. Esas balas llegaron a varias casas.”. Gonzalo cursaba en ese entonces séptimo de bachillerato y tenía tan sólo doce años en este mundo.
“A la gente de Bogotá no le gusta que parchemos o estemos en un parque” Gonzalo.
Buscando otros horizontes, ese año su familia decidió probar suerte en Bogotá, como pasa con muchos colombianos huyendo de la violencia. La gran indiferencia de la gente de la ciudad fue evidente. Parece sospechoso ver indígenas en una esquina, o caminando por cualquier avenida; inmediatamente son blanco de las autoridades o ciudadanos prevenidos.
Desde que Gonzalo y su familia llegaron a la capital, han vivido en “pagadiarios”, hoteles y albergues. Inicialmente en el barrio Tunal, permanecían encerrados como consecuencia de no conocer la ciudad. Soportando esta situación durante meses, retornaron a su tierra, pero la violencia permanecía; además no hay oportunidades de estudiar ni trabajar. Su resguardos son zonas con carencias básicas de servicios, infraestructura y comunicación.
Gonzalo volvió a Bogotá en 2014; vivió en un albergue dispuesto por la Alcaldía Mayor en el barrio Santa fe, centro de la ciudad, con otras ochenta familias más. Meses más tarde fueron dirigidos a otro asilo en el barrio San Cristóbal. A pesar de ser población seminómada, la inestabilidad evita adaptarse a una nueva cultura.
Colectivo Embera Bakatá
“Nos dimos cuenta que eran más violentados aquí en la ciudad que en sus territorios” Mónica Suárez
La historia mejora cuando Gonzalo empieza a ser parte del Colectivo Embera Bakatá en 2014. Un grupo de jóvenes bogotanos liderado por Mónica Suárez, una trabajadora social de la Universidad Nacional con una fuerte inclinación por el trabajo con comunidades, quisieron transformar las vidas de personas como Gonzalo, generando interés en manifestaciones artísticas y culturales.
Cuando Mónica llegó a los albergues conoció al grupo musical “Donausa”, compuesto por los padres y líderes de la tribu; quienes permanecían la mayor parte del tiempo confinados, así como también sus expresiones culturales. Mónica entendió rápidamente que la música sería un instrumento poderoso para transmitir su cultura y sus realidades con la ciudad.
“Yo vengo de mi tierra
Y me estoy en la ciudad
Buscando el trabajo
Que no pude conseguir” (Bis)
Grupo: Donausa
El colectivo Embera Bakatá continuó incentivando la formación de varias agrupaciones dentro de la comunidad Katío y Chamí, gracias a concertaciones económicas con entidades públicas. Realizaron talleres de danza, producción musical, muestras artesanales y gastronómicas. Gonzalo como miembro activo empezó a nutrir sus intuiciones musicales. Su español era cada vez mejor, permitiendo fortalecer sus conocimientos en nuevas tecnologías, entender otras expresiones y acoplarse a la vida en la capital.
En 2014 fue la primera vez que Gonzalo tocó un instrumento. Entabló amistad con músicos reconocidos de la escena local y nacional, quienes le mostraron nuevos ritmos y formas musicales. Descubrió al grupo bogotano “Todo Copas”, “La Etnia”, o grupos como “Crack Family” que lo cautivaron para siempre. También disfrutaba del rap en inglés aunque sin entender el idioma; se deleitaba con las texturas poderosas de los sintetizadores, los bajos y el “beat” de las pistas.
A los 18 años, supo que iba a ser papá. Con la obligación de alimentar una boca más, trabajó cargando telas en el barrio Restrepo, vendió artesanías por toda la ciudad y limpió postes y paredes en distintos barrios; todo esto, mientras su mente divagaba entre rimas y versos sobre una potente pista de rap. La llegada de su hijo lo motivó a creer en sus anhelos; así que aprovechó el tiempo mientras estaba en el albergue, para bajar pistas de internet y escribir canciones en su idioma.
“Gracias a mi hijo quiero cantar, bailar y vivir” Gonzalo
Ante la incomprensión de algunos adultos de su comunidad, Gonzalo comenzó a pensar en hip hop. Su ropa, sus pensamientos y su vida empezó a girar en torno a esta cultura. Incluso incentivó a jóvenes del resguardo y el albergue a imitarlo. A su proyecto se sumó su hermano Walter, y juntos decidieron emprender un camino artístico compartiendo tarima, versos y música.
“Yo quiero hablar sobre nosotros” Gonzalo
Desde el año 2016, participó en diferentes proyectos con el colectivo Embera Bakatá, tanto en la ciudad como en su territorio; con burros y mulas cargados de sonido, caminando a sol y sombra decenas de kilómetros dentro de las 50.000 hectáreas que compone el resguardo, han organizado cuatro conciertos, editado varios videoclips y grabado algunas canciones de los distintos conjuntos musicales que se iban formando.
Uno de esos grupos es “Conondo”, que junto a su suegro Felipe Campo, Gonzalo se ha presentado en espacios capitalinos como el festival Renova, Latino Power, encuentros comunitarios y muestras patrimoniales, interpretando la guitarra, el bajo y cantando; pero es cuando “rapean” en embera junto a su hermano, que los asistentes quedan fascinados. El público escucha atentamente, intentando imaginar lo que dicen sus letras. Varios se acercan a felicitarlos al bajar del escenario. La canción “Buenos días mahetapede” enseña palabras en idioma embera; sembrando interés en su raíces y costumbres.
Actualmente, Gonzalo está produciendo pistas con músicos de la escena hip hop de Bogotá. Cada día conoce más personas que quieren apoyarlo para que su música llegue a más audiencia no sólo en Colombia sino en el mundo. Continúan las presentaciones con el grupo “Conondo”, y bautizó su agrupación: “Embera Warra,” que siginifica “Hijos de emberas”. Está terminando su bachillerato en el colegio José Uribe Uribe en la localidad de Santa fe, frente al barrio San Bernardo. También se reúne con los jóvenes de su comunidad en el parque Tercer Milenio, ya sea para pasar el tiempo, tomar el sol, cortarse el cabello o jugar fútbol los fines de semana.
Gonzalo ve su futuro en la música. También quiere aprender de otras culturas, idiomas y ritmos. Afirma que si tiene la oportunidad, ingresará a la universidad para ampliar sus conocimientos musicales o estudiar algo relacionado con sistemas. Gonzalo es un claro ejemplo de las capacidades y potencial de la población indígena, que por medio de la música busca romper estereotipos y demostrar que a pesar de las dificultades, la indiferencia e incomprensión, los sueños se pueden lograr si se trabaja por ellos.